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An Amsterdam street thronged with figures in 1765. Rijksmuseum (CC0 1.0 Universal).jpeg
  • El comercio.

El presente trabajo propone una lectura urbana de Ámsterdam en el siglo XVII desde la noción de que la forma de la ciudad no es sólo resultado de una necesidad funcional, sino también expresión espacial de un sistema económico emergente. Bajo el título “Trazado comercial”, se plantea que la organización urbana de Ámsterdam —con su red concéntrica de canales, la cercanía estratégica entre áreas portuarias, residenciales y mercantiles, y una infraestructura orientada al intercambio— respondió a las exigencias del comercio internacional y a la consolidación de una nueva lógica urbana: la ciudad como máquina de circulación, eficiencia y acumulación.

 

Durante el Siglo de Oro neerlandés, Ámsterdam se transformó en el nodo principal de una red global de intercambios. Lejos de ser un fenómeno espontáneo, su trazado fue una herramienta clave para alcanzar ese lugar central. El comercio no sólo impulsó su expansión, sino que modeló su espacio: “En Ámsterdam, todo es concentración, amontonamiento: los barcos están apretados en el puerto como sardinas en lata, lo mismo que los comerciantes en la Bolsa” (Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo, p. 64). La proximidad entre el puerto, la Bolsa y los depósitos de mercancías no fue casual: fue diseñada para reducir distancias, acelerar transacciones y potenciar la eficiencia urbana como motor económico.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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En esta lógica, la ciudad se vuelve una red: una infraestructura viva en la que circulan bienes, personas e información. Según Henri Lefebvre, el espacio urbano nunca es neutral, sino que está cargado de significados sociales y productivos: “El espacio es un producto social […] y en las sociedades capitalistas, se convierte en una herramienta de producción” (La producción del espacio, 1974). Ámsterdam es un ejemplo paradigmático de esta afirmación: su forma urbana es el resultado físico de relaciones de intercambio, especialización y acumulación.Este trabajo propone analizar el caso de Ámsterdam a través de un mosaico temático dividido en nueve secciones, que abordan las principales dimensiones del sistema urbano-comercial de la ciudad. El análisis se estructura en torno a tres principios fundamentales: centralidad, proximidad y diversificación. Estos principios atraviesan las distintas escalas de lectura —desde el trazado urbano general hasta el fragmento de la Bolsa— y permiten entender cómo cada parte del espacio fue optimizada para servir al circuito comercial.Cada franja del mosaico funciona como una narrativa gráfica que sintetiza cómo se expresa el comercio en el espacio construido. Desde los canales como arterias de distribución, hasta la Bolsa como centro simbólico y operativo del intercambio, se busca mostrar cómo el urbanismo de Ámsterdam fue inseparable del desarrollo de un sistema capitalista en expansión. Así, este ensayo no sólo estudia la forma de la ciudad, sino cómo esa forma materializa una racionalidad económica: la ciudad como soporte del capital.

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